El sueño de un ángel

13.12.2019

Sus plumas necesitaban volar, se lo pedían con fuerza, a pesar de que eran inexistentes.

Cada vez que miraba al cielo sentía un cosquilleo en la espalda, a pesar de que estaba vacía. Mas de una vez se había imaginado volando entre los edificios, escapando de todas las "voces" que veía y lo atormentaban cada vez que se miraba al espejo.

Todavía no se acostumbraba a no tener sus brillantes alas en la espalda, era lo único que realmente añoraba, no le importaban los jardines, ni los instrumentos celestiales, ni siquiera el poder divino. Lo único que quería era volar, sentir el viento en la cara y la velocidad.

Pero ya no podía volver a volar, no podía hacer algo que nunca había hecho. Miro hacia abajo, al bote relleno de pastillas que le había dejado una joven de ropas azules hacía unos minutos. Aquella joven seguramente no llevaría mas de un siglo existiendo, a pesar de que cuando le preguntaba esta siempre le decía que tenia veinticinco años. Obviamente no podía creerle, todos debían tener al menos medio siglo para que los dejaran pululando por ahí, y como estaba trabajando ella debía tener al menos un siglo.

No había podido adivinar tampoco de que división angélica era, siempre que le preguntaba le decía que no sabía de qué estaba hablando, que los ángeles no existían. No le creía, seguramente aquello era una táctica de alguien superior para castigarle por sus crímenes, al igual que quitarle sus alas y encerrarlo allí dentro, aunque por mucho que lo intentara acordarse no sabía cuáles habían sido dichos pecados, de igual forma que no sabía cuando podría abandonar aquel horrible lugar.

Siempre que le preguntaba a una de aquellas personas de azul le decían que no podía irse, que si familia lo había dejado allí para que se mejorara. Aquello era ridículo, el no tenia mas padre que su creador, ni más madre que la luz. Por aquel tipo de respuestas sabía que le estaban mintiendo, castigando. Se había cansado de preguntarles qué era lo que había hecho, ¿por que el creador estaba decepcionado con su trabajo? Nunca obtenía respuesta.

Su único consuelo era mirar por la pequeña ventana, rodeada de aquellas paredes suaves; aunque nunca le dejaban abrirla, por mucho que él insistiera, no paraban de repetir que era peligroso para él, y él siempre les decía que no le iba a pasar nada, que podía volar, les exigía que le devolvieran sus alas, siempre que las pedía venían unas personas distintas, nunca eran la misma persona, ellos no iban de azul, llevaban unas batas blancas, impolutas, y en la mano llevaban aquella cosa, aquel tubo con líquidos de colores y punta afilada, se la clavaban en el cuerpo y el se dormía. Odiaba cuando aquello pasaba.

Pero habían dos grupos de personas que no podía soportar ver.

Los primeros eran otros que tenían batas blancas y máscaras grises, el ángel nunca había podido ver lo que había detrás de ellas. Aquellas personas lo ataban a una silla de madera una vez al día, siempre le decían que era para ayudarlo, para poner en orden su cabeza, pero lo único que le hacían era daño. El ángel estaba seguro de que habían sido ellos, con todas aquellas herramientas que poseían. Aunque sin duda la herramienta que más aborrecía era aquella silla, lo encadenaban a ella y luego lo electrocutaban una y otra vez, hasta que su cuerpo no resistiera más.

Las otras personas que odiaba no lo herían, pero intentaban confundirlo todo el rato, decían que eran su familia, que debía volver con ellos, él siempre les respondía de la misma forma, intentaba echarlos a patadas hasta que las personas de azul lo encadenaban a una esquina de la habitación y le ponían una camisa que le impedía usar sus brazos.

¿Cuantas cosas pensaban quitarle aquellas personas? Cada día que pasaba encerrado allí era una tortura para el. No podía volar, ni moverse a gusto. La única forma de poder salir de aquella celda era cuando lo llevaban a ver a las personas enmascaradas. En aquellos momentos también tenia la oportunidad de ver a los otros prisioneros, la mayoría llevaban aquella camisa blanca y se lanzaban contra las puertas de sus celda. El ángel pensó que quizá llevaban allí encerrados incluso más tiempo que el, a pesar de que ya él mismo había perdido la noción del tiempo. Se sentía mal por sus compañeros, por aquellos ángeles que también se encontraban encerrados detrás de las puertas, pero también sentía envidia, podía ver como algunos de ellos todavía conservaban sus impecables alas en la espalda, otros solo tenían un ala, y algunos poco les sobresalían patéticos muñones encorvados y calcinados de la espalda.

El ángel se reprendió a sí mismo; se suponía que no podía sentir aquellas cosas, él era un ángel después de todo, pero durante el tiempo en el que había estado encerrado en aquel sitio había experimentado muchos sentimientos distintos, y había pecado, a pesar de que intentaba resistirse no podía evitarlo, su alma se había debilitado allí dentro, se había podrido, ya no tenía ningún atributo angelizo, más que sus recuerdos confusos y sus creencias.

No podía aguantas mas, tenia que salir de aquel sitio, necesitaba volver, a pesar de que se había intentado convencer a sí mismo de que no necesitaba el favor divino, el ángel se encontraba al borde de la locura.

Fijo su vista en la ventana, en la única cosa que le había dado cierto consuelo y lo había mantenido cuerdo a pesar de las atrocidades que habían hecho con él en aquel lugar, y aquella iba a ser su salida. Se acercó tambaleándose a esta, le habían vuelto a poner aquella camisa blanca así que se le dificulta mantener el equilibrio. El ángel paseo sus ojos por los bordes de la ventana, intentando encontrar una forma de abrirla, pero no veía ningún cerrojo ni nada que pudiera abrirla. Se fijó en una pequeña palanca, pero se encontraba en el exterior, tendría que romperla si quería acceder a ella. Sin dudarlo ni un momento el ángel estampó la cabeza con fuerza contra el cristal, el impacto lo dejó algo mareado pero no le importó lo más mínimo, siguió golpeando con fuerza su cabeza, sin parar, sin importarle cuánto le doliera, solo le cruzaba un pensamiento por la cabeza; "quiero volar".

No se paró a pensar cómo lo iba a lograr, teniendo que cuenta que le había robado las alas, no se paró a pensar en la altura del edificio, ni en la sangre que le brotaba de la frente, simplemente se movía por instinto, por desesperación. No escucho los golpes en la puerta ni los gritos al otro lado.

Cuando consiguió romper la ventana el ángel se encontraba cansado, podía notar una suave brisa que lo relajaba completamente, quería acostarse y volar más tarde, pero sabía que si se detenía ahora seguramente los castigan, así que se movió lentamente por el suelo, se puso de espaldas al suelo intentando que los cristales rotos rompieron la camisa que le impedía usar sus manos. El ángel podía notar como los pequeños trozos de cristal se clavaban en su piel, y algunos consiguieron rasgar la tela lo suficiente para que el pudiera terminar de romperla con las manos.

Los golpes en la puerta se habían vuelto lejanos, casi no podía escucharlos, sus oídos le pitaron, pero no le importo. Se incorporó lentamente y se tocó la cabeza, en sus manos pudo ver la sangre dorada que caracterizaba a los ángeles. Sonrió con satisfacción, como si hubiera demostrado que de verdad era una criatura de luz, a pesar de que el ya lo sabia.

Se acercó a la ventana y con la mano abrió más la abertura que su cabeza había hecho, tenía que abrirla lo suficiente para poder introducir su brazo y alcanzar la palanca. Podía notar los cristales clavándose en su piel y más sangre dorada brotando de ellas, pero aquello no era importante en aquel momento. La débil brisa que había entrado antes por la rotura diminuta no se comparaba en anda a la ráfaga de viento que lo recibió cuando abrió completamente la ventana. Fuera estaba lloviendo, y el ángel no podía esperar a extender sus "alas" y sentir la lluvia sobre ellas.

La puerta se abrió cuando el ser de luz ya se encontraba encaramado a duras penas en la pequeña ventana, no se molestó en escuchar lo que le estaban diciendo, aunque ya no podía escuchar nada más a parte de el viento y la lluvia. Podía sentir las gotas sobre él, se sentía refrescado, por fin podía respirar con tranquilidad después de haber perdido la cuenta de días, o años, que había estado encerrado en aquella miserable celda, con toda aquella gente diciéndole que todo lo que creía era falso.

El ángel no se molestó en mirar abajo, miraba fijamente al frente mientras estiraba sus brazos hacia los lados y llamaba a sus alas a través de sus pensamientos, después se tiró.

Sintió la lluvia chocando violentamente contra él, el viento en la cara y la velocidad que tanto ansiaba, y por un momento sintió como sus alas se estiraban en su espalda de forma perezosa, como si hubieran estado durmiendo por mucho tiempo, y voló. Cerró los ojos, pero ¿que había sido aquello que sus ojos vieron antes de cerrarse?

Sangre roja y el suelo.

¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar