Lacrimatorio

24.09.2018

Debía cambiar su lacrimatorio.


A lo largo de aquella semana lo había llenado, anhelando el regreso de sus hermanos a la casa, anhelando el regreso de su padre. Anhelando a su familia. Ahora, las únicas dos personas que se encontraban en la casa familiar eran su madre, su hermana y ellas. Las únicas que no podían salir de la casa debido a las guerras y a los continuos ataques que tenían lugar en las fronteras. No quería seguir estando encerrada en aquel lugar, su casa ultimamente se habia vuelto muy fria y humeda, ya que había gente vigilando las entradas continuamente para evitar que las mujeres abandonaran la residencia. Hacía unos cuantos meses que se les había acabado la leña y pasaban las noches acurrucadas en la cama para intentar mantener el calor corporal, por la mañana se despertaban entumecidas por el frío y se sentaban bajo la ventana para absorber los pocos rayos de sol que solían salir.


En tan solo aquella semana de penurias, la más joven había llenado todo su lacrimatorio, pero las otras mujeres de la familia no sabían en qué momento lo había hecho, nunca la habían visto llorar, ni siquiera derramar una lágrima desde que los hombres habían salido de la casa aquella mañana con el sonido de la primera explosión en la frontera. Los tres hombres se habían despedido de las mujeres con un abrazo afectuoso y miradas llenas de tortuoso dolor a sabiendas de lo que tendrían que vivir aquellas mujeres, sabiendo que no podrían abandonar la casa a menos que la paz se volviera a restaurar, aun asi, no podian hacer nada para evitar lo que tenia que pasar.


El vendedor pasaba una vez a la semana, proporcionando a las mujeres todo lo que podrían necesitar hasta la siguiente semana. Usualmente siempre iba acompañado de el racionador de comida, ambos se encargaban de proporcionar pequeños lujos a las familias y asegurarse de que ninguna de las mujeres estuviera enferma o muy grave. Cuando ambos llegaron lo primero en lo que pensó la más joven de la familia era que necesitaba otro lacrimatorio, no le importaba el carrito de leña que traía el vendedor tras de sí, o la montaña de mantas que llevaba guardadas en una bolsa, tan solo le pidió el lacrimatorio.


El de aquella semana era el más bonito que había recibido hasta aquel momento: tenía una forma de tarro normal, pequeño, pero, por dentro tenía una silueta curvilínea con grabados en lo que parecía ser oro. La joven miró al vendedor, asegurándose de que aquel lacrimatorio era para ella. El hombre barbudo asintió, y le sonrió tiernamente, sabía que aquella niña sufrió mucho la perdida de los varones, y que a comparación de las otras mujeres de la familia, que cambiaban el lacrimatorio cada mes, ella lo cambiaba todas las semanas, con el lacrimatorio a rebosar de lagrimas saladas; asi que decidio hacerle aquel regalo especial, ademas de que aquel era ligeramente más grande que los otros que él le había proporcionado a la joven las otras veces que ella se lo había solicitado.


Las mujeres le agradecieron al vendedor, y miraron a la niña, que no podía apartar la vista de su nuevo lacrimatorio, le gustaba, y tenía la sensación de que además de ser tan hermoso, aquel recipiente era mágico, que tendría la habilidad de convertir su lagrimas angustiosas en algo positivo, algo que la ayudara a superar la pérdida de los varones hasta que estos volvieran. Asi que ademas de el lacrimatorio, le pidió al vendedor un hilo, con el cual ató el lacrimatorio y se puso alrededor del cuello, para tenerlo siempre a su lado y para que pudiera reconfortarse en todo momento.


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