Miedo a la paz
Nunca pensé que fuera a añorar tanto las lentejas de mi madre.
Hacia cerca de dos años que me había ido al extranjero a servir al país. Seguramente estaréis pensando que esta es la última voluntad de un soldado moribundo tendido en el campo de batalla; un plato de lentejas.
Aunque si me las ofrecieran no las rechazaría.
Escribo esto desde mi litera, seguramente sean las tres de la mañana y no puedo dormir.
Acaban de firmar la paz, vamos a volver a casa. Y a pesar de todo no puedo dormir tranquilo. Tengo mucho en lo que pensar.
Podría decir que he visto morir a mucha gente, que todo lo que he visto me ha marcado, y no estaría mintiendo, pero eso no es lo que me quita el sueño. La gente que he matado permanece en mi mente, imborrables e impasibles. Ya me he acostumbrado a su tortuosa mirada. Compañeros de guerra caídos, enemigos, inocentes. Rostros blanquecinos en mi mente.
Y aun así, con todas esas muertes sobre mis hombros, lo que me quita el sueño es el miedo a el mundo fuera del campo de batalla.
Me da miedo la paz.
Irónico, ¿cierto?